22 mar 2012

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DESDE ULTRAMAR

1812-2012: Bicentenario de La Pepa (II)

19-03-2012
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Dos siglos han transcurrido desde que se juramentó la “Constitución de la Monarquía Española” conocida en la Historia como la Constitución de Cádiz. A despecho de la de Bayona que fue hecha a instancias de José Bonaparte, el espurio José I rey de España e Indias y desconocida por quienes se hicieron llamar patriotas, la de Cádiz termina siendo a querer o no, la primera de las constituciones del mundo hispánico y ello la torna de suma importancia.
¿Cómo la vemos aquí, en ultramar? ¿es distinta de cómo se la mira en citramar? Es preciso decir que fue nutrida con el pensamiento de egregios diputados provenientes de distintas condiciones sociales y geográficas, todos varones, sí, pero todos con la convicción de que hablaban por el pueblo español “de ambos hemisferios” como consagró la carta gaditana.
Es la primera vez que desde se plasmaba la unidad imperial con el necesario concurso de los súbditos de ultramar, cuyos clamores no fueron ni menos ni intrascendentes, sino todo lo contrario. Y los hicieron valer en Cádiz.
La Constitución de Cádiz fue un reto al statu quo. Adoptó los principales modelos jurídicos en boga, que consagraron derechos y libertades que rompieron con el antiguo régimen e intentando aplacar las revueltas y sublevaciones americanas que enfrentaba la monarquía hispana, colocándola ya a un tris de disolverse en 1812. Aquellos levantamientos fueron contra España, los malos gobiernos padecidos y su temor a que vencido el gobierno español, entregara a Francia porciones de su territorio americano. Cádiz paliaría la situación combatiendo ese ”mal gobierno” que no era otra cosa, sino aquel que se manifestaba en América en dos vertientes hasta hoy perfectamente reconocibles: a) la explotación que acusó a los funcionarios peninsulares de la Corona, clamando porque se supiera en la Península y b) contra los llamados afrancesados, al temerse que claudicaran ante Napoleón y sus huestes, con tal de firmar la paz y siguiendo instrucciones del emperador, entregando España parte de su rico imperio a las manos francesas, cosa que se temía desde Nueva España hasta Río de la Plata y era menester entonces, separarse de la Península lo antes posible en ausencia del rey, pues era solo con el aquel pacto histórico de sumisión, no con los españoles.

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