La Constitución de 1812 y los males de España
El contexto histórico de nuestra primera Carta Magna
EMILIO LA PARRA LÓPEZ, CATEDRÁTICO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA
Ayer hizo 200 años que se proclamó la
Constitución elaborada por las Cortes de Cádiz. Por ser la primera Constitución
liberal española y por contener, asimismo, los principios básicos de la política
moderna (soberanía nacional, división de poderes, reconocimiento de derechos,
regulación del sistema de participación de los ciudadanos en la política) se le
ha considerado, con razón, pieza clave en la construcción de la España
contemporánea. De ahí las muchas alabanzas que cosecha en nuestros días y los
múltiples actos programados para festejarla.
Aquella Constitución fue obra de unas Cortes que comenzaron sus sesiones el 24 de septiembre de 1810 en la Isla de León (hoy San Fernando) y las continuaron al año siguiente en la ciudad de Cádiz. No fue fácil ese tiempo para España, que desde 1793 y casi sin interrupción estaba en guerra (primero contra la República Francesa y luego contra Inglaterra) y a finales de mayo de 1808 acababa de iniciar otra, la más dura y destructiva de todas, contra Napoleón. Esta nueva guerra, cuyo desarrollo fue casi siempre desfavorable para las tropas españolas, agravó la crítica situación económica del país, cuya principal actividad, la agricultura, pasaba serias dificultades desde finales del siglo XVIII a causa de la sucesión de malas cosechas (las de 1804 y 1805 fueron catastróficas, agravadas por una epidemia de fiebre amarilla que causó gran mortandad). La guerra paralizó o dificultó considerablemente el comercio marítimo, de modo que en aquellas ciudades donde constituía un recurso fundamental y donde se habían desarrollado manufacturas relacionadas con él, caso de Alicante, hubo un aumento apreciable de desocupados y mendigos y la mayor parte de la población pasó literalmente hambre. Para colmo, escasearon las llegadas de los barcos con metales preciosos procedentes de América, remesas estas que hasta entonces habían paliado las penurias de la Hacienda real.
Cuando se reunieron aquellas Cortes era España un país al borde de la bancarrota, empobrecido hasta el extremo. Sin embargo, fue capaz de hacer frente a las tropas de Napoleón. Este hecho ha sorprendido desde siempre a los historiadores. ¿Cómo fue posible que en situación tan desfavorable aquella España empobrecida y atrasada resistiera al mejor ejército del mundo? La pregunta queda abierta, pero a partir de los muchísimos estudios que se han dedicado a este tiempo es posible aproximarse a una respuesta satisfactoria. Evidentemente, hubo mucho heroísmo, pero por sí mismo esto no explica las cosas, pues con heroísmo o sin él, una nación puede ser aniquilada. En el plano militar fue decisiva la ayuda británica, pero no todo se dilucidó en el campo de batalla, pues de haber sido así, lo lógico es que debido a las continuas victorias francesas, a la altura de 1812 toda España hubiera caído en poder de Napoleón. Creo, pues, que al responder a la pregunta formulada habría que tener en cuenta otros factores, fundamentalmente los políticos. Y en este punto cobra importancia la obra de las Cortes de Cádiz.
Estas Cortes se ocuparon de la guerra, pero no se limitaron a esto. Para mantener el esfuerzo bélico y superar el desastroso estado de España decidieron que era preciso afrontar con decisión las cuestiones sociales y políticas de fondo y esto les condujo a hacer la revolución: sustituyeron las bases del orden estamental por una nueva sociedad formalmente igualitaria y cambiaron el sistema político. Todo ello quedó formalizado en la Constitución de 1812, de ahí su relevancia.
Aquella Constitución fue obra de unas Cortes que comenzaron sus sesiones el 24 de septiembre de 1810 en la Isla de León (hoy San Fernando) y las continuaron al año siguiente en la ciudad de Cádiz. No fue fácil ese tiempo para España, que desde 1793 y casi sin interrupción estaba en guerra (primero contra la República Francesa y luego contra Inglaterra) y a finales de mayo de 1808 acababa de iniciar otra, la más dura y destructiva de todas, contra Napoleón. Esta nueva guerra, cuyo desarrollo fue casi siempre desfavorable para las tropas españolas, agravó la crítica situación económica del país, cuya principal actividad, la agricultura, pasaba serias dificultades desde finales del siglo XVIII a causa de la sucesión de malas cosechas (las de 1804 y 1805 fueron catastróficas, agravadas por una epidemia de fiebre amarilla que causó gran mortandad). La guerra paralizó o dificultó considerablemente el comercio marítimo, de modo que en aquellas ciudades donde constituía un recurso fundamental y donde se habían desarrollado manufacturas relacionadas con él, caso de Alicante, hubo un aumento apreciable de desocupados y mendigos y la mayor parte de la población pasó literalmente hambre. Para colmo, escasearon las llegadas de los barcos con metales preciosos procedentes de América, remesas estas que hasta entonces habían paliado las penurias de la Hacienda real.
Cuando se reunieron aquellas Cortes era España un país al borde de la bancarrota, empobrecido hasta el extremo. Sin embargo, fue capaz de hacer frente a las tropas de Napoleón. Este hecho ha sorprendido desde siempre a los historiadores. ¿Cómo fue posible que en situación tan desfavorable aquella España empobrecida y atrasada resistiera al mejor ejército del mundo? La pregunta queda abierta, pero a partir de los muchísimos estudios que se han dedicado a este tiempo es posible aproximarse a una respuesta satisfactoria. Evidentemente, hubo mucho heroísmo, pero por sí mismo esto no explica las cosas, pues con heroísmo o sin él, una nación puede ser aniquilada. En el plano militar fue decisiva la ayuda británica, pero no todo se dilucidó en el campo de batalla, pues de haber sido así, lo lógico es que debido a las continuas victorias francesas, a la altura de 1812 toda España hubiera caído en poder de Napoleón. Creo, pues, que al responder a la pregunta formulada habría que tener en cuenta otros factores, fundamentalmente los políticos. Y en este punto cobra importancia la obra de las Cortes de Cádiz.
Estas Cortes se ocuparon de la guerra, pero no se limitaron a esto. Para mantener el esfuerzo bélico y superar el desastroso estado de España decidieron que era preciso afrontar con decisión las cuestiones sociales y políticas de fondo y esto les condujo a hacer la revolución: sustituyeron las bases del orden estamental por una nueva sociedad formalmente igualitaria y cambiaron el sistema político. Todo ello quedó formalizado en la Constitución de 1812, de ahí su relevancia.
Aquellas Cortes fueron, sin duda, muy valientes. Marcaron límites con toda claridad al ejercicio del poder por parte del rey, eliminaron los privilegios de los titulares de señoríos (aristócratas, órdenes militares, monasterios, obispados?), suprimieron la Inquisición, declararon la libertad de prensa, acabaron con el llamado «voto de Santiago», que era un tributo pagado por los labradores de la mayor parte de España a la catedral de Santiago de Compostela; elaboraron un nuevo sistema de contribución que obligaba a los privilegiados, entre ellos al clero, a contribuir a las cargas del Estado en pie de igualdad al resto de los ciudadanos; impulsaron la libertad de industria y trabajo, sentaron las bases para la desamortización de bienes eclesiásticos, etcétera. Además, para hacer frente a los gastos de la guerra ordenaron a las iglesias que entregaran los objetos de oro y plata no necesarios para el culto y destinaron al mismo fin una parte de los diezmos, el oneroso impuesto histórico de que se beneficiaban el clero y parte de la nobleza.
Aquellas Cortes que elaboraron la Constitución de 1812, cuya labor no se agota con lo dicho, demostraron que para hacer frente a una situación catastrófica era imprescindible proceder a cambios políticos de gran calado, que no bastaba con limitarse a resolver el problema más visible y, en apariencia, el más grave: la guerra, como pretendían los conservadores o «serviles». Los males de España no provenían solo de la guerra. Eran problemas de fondo y los diputados liberales, con una valentía que ahora nos sorprende, los afrontaron con decisión, haciendo frente a las protestas y a las maniobras de todo tipo urdidas por quienes se habían beneficiado del estado de cosas antiguo, fundamentalmente la nobleza y el clero.
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